lunes, 9 de agosto de 2010

Inteligencia Artifial y la suspensión de la incredulidad

La suspensión de la incredulidad (suspension of disbelief) es una expresión acuñada por el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge y se refiere a la voluntad del espectador o lector de ignorar las incosistencias de una obra de ficción para poder disfrutar de la obra. Se puede encontrar un ejemplo rápido en El Señor de los Anillos:La Comunidad del Anillo, en la cual se presentan las premisas que el espectador debe aceptar para disfrutar de toda la trilogía, es decir suspende temporalmente la escepticismo conciernente a las fantasías a cambio de entretenimiento. Estas premisas son, por ejemplo: la existencia de hobbits, elfos, anillos de poder, águilas gigantes, etc. Primero el espectador debe aceptar estas irrealidades, para luego poder disfrutar de la película. En cierto momento de La Comunidad del Anillo, se mencionan a las águilas gigantes por primera vez e incluso se insinúa el control del mago Gandalf sobre ellas. Las águilas no vuelven a aparecer hasta el final de El Regreso del Rey, cuando rescatan a Frodo y Sam de un destructivo volcán. El espectador conocía de la existencia figurada de estas águilas, y acepta el hecho de que aparezcan por orden de Gandalf en el último momento. Sin embargo, si jamás se hubiese hecho mención sobre la existencia de estas aves, ese rescate de última hora abría parecido incoherente y falso; una rápida invención del guionista.

Existen otros muchos ejemplos en el cine, la mayoría en las películas de ciencia ficción. Sin embargo, y como ya he ejemplificado antes, si el guionista decide saltarse la suspensión de la incredulidad en la que el espectador se encontraba para mostrarle algo irreal cuando la película se ha desarrollado, el resultado es confuso y chocante. Pensaba en esto tras ver la película Inteligencia Artificial. La película transcurre en un mundo futuro bastante creíble, donde existen avanzados robots de una apariencia humana casi perfecta. El filme cuenta la historia del prototipo de niño-robot David, el primero que es capaz de amar, pero que no se siente querido. Tras dos horas de película, el robot queda atrapado en el fondo del mar pidiendo al Hada azul -que es en realidad una estatua- que le convierta en un niño real. Un triste final. Pero la película no acaba ahí, Spielberg nos sorprende a todos alargando la película 20 minutos más añadiendo a la historia unos seres alienígenas que se topan con David miles de años después. Esto resultó para mí y para muchos otros espectadores confuso y un poco ridículo; un giro del guión en los últimos minutos para ofrecer un final feliz hollywoodiense, pero absolutamente inadecuado.

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